sábado, 5 de septiembre de 2015

Los oradores y el entusiasmo.


Al hablar en público uno de los grandes retos a los cuales nos enfrentamos los oradores es de contagiar con nuestras palabras.

Sucede que compartimos las ideas, pero sentimos que faltó ese algo que lleve a los asistentes a actuar, que los inspire para ser.

Y debemos reconocer que muchas veces lo faltante es culpa nuestra, ya sea por nuestra expresión corporal, por nuestro estado de ánimo o por nuestra falta de empatía con aquellos que asistieron a escucharnos.

Es por ello, que debemos estar en constante búsqueda de ese algo que los griegos llamaron entusiasmo, del cual nos dice  Alberto Bustos, que procede del griego enthousiasmós, que viene a significar etimológicamente algo así como ‘rapto divino’ o ‘posesión divina’. 

Así pues, un Orador debe tener entusiasmo para compartir sus ideas y poder contagiar, como si estuviese bajo la inspiración divina, diferenciándose de los demás hombres, porque transmite vida con sus palabras, donde su sola presencia es signo de cuestionamiento para quien lo observa, porque el mirar y el caminar reflejan un deseo de lo bello, lo bueno, lo hermoso y lo trascendente.

Con lo antes referido, quiero que valoremos el entusiasmo como la roca sólida sobre la que un orador debe descansar sus ideales, siendo a su vez el sentimiento combustible para buscar el bien colectivo, es ese amor que nos alimenta como artistas, y es allí donde encontramos su importancia para quienes hablamos en público.

En definitiva y como dice Abel Cortese el entusiasmo es la luz interna que ilumina nuestras capacidades.



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