Comunicar es poder escuchar al otro, entender sus
necesidades y dar respuesta en función de ello. Esta clave es la que debe
dirigir nuestras presentaciones, aunque debemos reconocer que somos muchos los
que en nuestras intervenciones seguimos desarrollando las mismas ideas sin dar importancia
a los kines que nos envía el público.
En una ocasión estuve con un alto grado de
egocentrismo, dirigí mis ideas de forma tal que solamente importaba lo que yo
estaba diciendo. Alguien al finalizar me resumió muy efectivamente la
intervención: Fue un gran monólogo. Resultado: Nadie actuó en función del
mensaje. Aprendizaje: El monólogo puede entretener, pero no logra comunicar o
como dice Jesús Alcoba González hace imposible la conversación fructífera y
la elaboración compartida de ideas.
A partir de allí me ocupo por lograr que mis presentaciones
no sean monólogos, que de por sí solos no son malos, lo malo radica en que
puedo estar enviando información sin ser asimilada lo que redundará en la falta
de empatía con el público, siendo necesario que podamos ir creciendo en el
aprender a comunicar, lo cual nos permitirá, como afirma Gabriel
M. Justiniano, crear un
ambiente que fomenta la confianza y promueve la comunicación satisfactoria a
través de una actitud de respeto y valorización de las deferentes posiciones.
Sé que muchos me van a decir que el monólogo como
pieza de arte es extraordinario. Lo es. No es ese el punto que deseo destacar.
Lo que yo deseo resaltar es que el proceso comunicativo, para que sea eficaz y
efectivo, debe lograr que los sujetos que participen puedan comprenderse dando
como resultado que puedan influirse y esto se logra al comunicar, un mensaje
claro, coherente y concreto.
Entonces, digamos sí, a la comunicación, donde encontramos niveles de interacción y comprensión, mientras que a los monólogos, aquellos que no nos permiten alcanzar alternativas de intercambio de opiniones, debemos de decirles, no.
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