Si hay una frase que a todos nos engancha es: había una vez. Una expresión que inunda nuestra alma de fantasía y
hace volar nuestra mente por espacios y lugares maravillosos.
Decir había una vez es
continuar un legado milenario de contar cuentos, historias, transmitir
relatos. Para los oradores, aprender a contar historias es fundamental por la
utilización que hacemos de distintos niveles de comunicación, potenciando en el
auditorio su capacidad imaginativa, espiritual, fantástica y perceptiva.
Eso se debe al hecho que toda historia, bien contada, rompe todo ordenamiento lógico y cruza como una flecha poderosa
hacia el hemisferio derecho, donde le reciben con dulzura la creatividad y la
imaginación.
Según
el psicólogo, Yaacov Trope, el poder seductor del “había una vez” radica en la
fuerza de la distancia sicológica,
es decir, cuando “nos alejamos de nosotros mismos vemos aspectos de la realidad
que por su propia naturaleza -cercana y abrumadora- permanecen en un punto
ciego”.
Ahora bien, cuántos de los asistentes a una conferencia son impactados por una
historia bien relatada que los hace emocionar y descubrirse. Una historia que los une y los separa en la imaginación. Una historia que los recrea y reconstruye. Allí se hace vida el poder seductor del había una vez.
Sin embargo,
no todos sabemos utilizar ese poder
seductor. Muchos nos quedamos en el vacío de la
palabra, no la alimentamos con la fuerza de la evocación, no le damos sonoridad
a las imágenes con lo cual se hace imposible aflorar deseos y emociones en
nuestro público.
Si
miramos a Jesús encontramos el
modelo perfecto para aprender a utilizar "el había una vez". Alguien que recurrió a esta expresión para educar y transmitir
valores, dar vida y esperanza, alimentar y saciar. Debemos aprender de él. Su técnica. Su fuerza narrativa.
Hoy
más que nunca “el había una vez” es
vigente, perdurable y seductor y cabe en todo discurso, en toda presentación, aprender a utilizarlo es nuestro reto.