Todos tenemos hábitos, aprendidos o mimetizados, que nos caracterizan. La forma de peinarnos, de arreglarnos la ropa o levantarnos a una hora en específico, son ejemplos de los muchos que desarrollamos durante la vida.
En nuestro caso, que nos esforzamos por ser extraordinarios oradores, debemos
cultivar 4 hábitos ordinarios que nos ayudaran a ser más eficientes.
Capacidad de
escucha. Un orador ordinario sabe hablar, un
orador extraordinario sabe escuchar. Porque escuchar implica el
desarrollo de empatía entre los participantes de la conversación, y eso se da
por conocimiento previo entre ellos o porque el tema de la conversación es de
interés común.
El segundo
hábito consiste en aprender algo nuevo cada día. Este hábito es una
forma de mantener la motivación, leyendo, buscando nueva información, una
nueva idea o historia, consultando las nuevas tendencias pedagógicas o
psicosociales, disfrutando de películas clásicas o de estreno que no se hayan
podido disfrutar antes. Acá debemos considerar, no solo lo relacionado
con nuestras áreas profesionales, sino todo aquello propio de nuestro
mundo afectivo, espiritual, cultural y hasta deportivo, esto nos permitirá
desarrollar la capacidad de adaptarnos a situaciones nuevas y diferentes.
Un tercer
hábito, es de riesgo, sí, porque consiste en buscar oportunidades
para aplicar todo lo que se va aprendiendo, ya sea la sala de espera de un
ambulatorio o un auditorio universitario, siempre es necesario poner en
práctica el fondo y la forma de nuestras intervenciones. Acá es importante
revisar el hecho de salir y conquistar espacios. Por experiencia sé lo difícil
que es para muchos tener un auditorio dispuesto a escucharnos, por ello,
debemos ir. Conquistar. Alcanzar espacios no tradicionales, porque para un
orador ordinario hay pequeños auditorios, para un orador extraordinario no
existen los auditorios pequeños.
Vamos ahora con
el cuarto habito, optimizar el tiempo de práctica, para esto es
necesario tener metas y objetivos precisos, ir paso a paso logrando metas,
grandes o pequeñas, no solo es estimulante, también nos ayuda a mejorar de
forma constante. Por ello, debemos definir nuestra ruta para saber si
vamos o no, por el buen camino.
Lo ordinario será practicar, hablar y corregir. Lo extraordinario
es más completo porque implica conciencia, entrega y pasión. Orador ordinario
es cualquiera cuya profesión le lleva a hablar en público, pero un orador
extraordinario es aquel que se hace servidor de los demás desde la palabra
hablada.
¿Eres ordinario o extraordinario? Nos
revisamos y en la intimidad nos respondemos.