Muchas
personas nos preguntan cómo llegaste a la oratoria, qué te impulsó a aprender a
hablar en público, pero para el orador, aquel que se sabe servidor desde la
palabra, la pregunta más importante es la que nos hacemos a diario, por qué
seguimos comunicando.
Esta
segunda pregunta no resta mérito al cómo llegamos, pero responderla nos va a
permitir vivir el día a día venciendo todas esas vicisitudes, pruebas, para
algunos, o deseos, para una mayoría, que
nos pueden desviar de nuestras metas y objetivos.
De esas pruebas o deseos, que llamo tentaciones, es lo que quiero conversar hoy, porque son acciones de gratitud inmediata, pero muy nocivas en nuestro futuro como profesionales de la comunicación, y debemos reconocerlas para poder avanzar en nuestro servicio.
De esas pruebas o deseos, que llamo tentaciones, es lo que quiero conversar hoy, porque son acciones de gratitud inmediata, pero muy nocivas en nuestro futuro como profesionales de la comunicación, y debemos reconocerlas para poder avanzar en nuestro servicio.
1. La vanidad: Destacar. Brillar. Sobresalir. Llamar la atención. Son realidades inherentes, en mayor o menor
medida, de quienes nos dedicamos a comunicar. El problema llega cuando
empezamos a buscarlo de forma desmedida, dañándonos y dañando a otros. En ese
momento nos nublamos al actuar y la posibilidad de ser ignorado nos lleva a proceder
para lograr que nos adulen, que nos reconozcan, en muchos casos por méritos que
no existen. Es allí donde ya no intervenimos como servidores, sino que exigimos
ser servidos. Ya no tenemos compañeros sino rivales. Ya no existe el público
sino los fans.
En
este punto, caemos en el error de considerar, como afirma Antoine de
Saint-Exupéry, que “todos los demás hombres son admiradores”, por consiguiente,
si queremos vencer esta tentación debemos aceptar que somos el medio de
expresión de un público, que en nosotros se escucha y se comprende.
2. La soberbia: En
el apartado anterior afirmé que destacar, brillar, sobresalir o llamar la
atención son realidades inherentes de quienes comunicamos, pero no lo son menos
el equivocarnos, el errar, el no lograr los objetivos de las presentaciones, el
necesitar de otros para mejorar. Sucede que ante estas situaciones siempre está
la tentación de considerarnos superiores, autosuficientes, más importante que
los demás o al tener cierto nivel de reconocimiento público somos incapaces de
aceptar nuestras fallas en las presentaciones, ya sea de forma o de fondo, menospreciando así los aportes que
otros nos puedan dar, siendo el punto
más elevado llegar a alegrarnos del fracaso de los demás con tal que nuestro
brillo no se opaque.
Esta
tentación, considerado uno de los pecados capitales, se vence ejercitándonos en
el reconocer los méritos de los demás, en el decir no lo sé, aceptar que nuestra grandeza radica en nuestra
pequeñez y siendo humildes, que como lo expresa Martín Valverde “la humildad no
es tener la cabeza baja sino mantenerla a su altura exacta”.
3. La envidia: Cuando
nos desviamos del por qué comunicamos y dejamos que una o más tentaciones se
vayan consolidando en nosotros, corremos el riesgo de empezar a ver a
compañeros, colegas o amigos con envidia. Afirmó Aristóteles que “la envidia es
el dolor que causa la prosperidad de los otros”, es por ello que dominados por
la envidia nos llenamos de tristeza o rabia ya sea por los logros, popularidad o
triunfos de los demás, pensando en muchas ocasiones que ellos no las merecen y
nosotros sí.
Ahora
bien, si dejamos que esta tentación venza en nuestro obrar, nos llevará a perder
la
capacidad de disfrutar y apreciar lo que logramos, además no llenará de
amargura, haciendo que nuestras palabras se carguen de esa tristeza o rabia que
internamente nos domina, volviendo cada vez más ásperas nuestras
presentaciones, es por ello, que para vencerla debemos identificarla
plenamente, a la par que nos autoeducamos para que nuestra percepción mental
vaya cambiando y podamos alegrarnos por el triunfo ajeno.
4. La éxitofilia: Para
aprender a comunicar hemos tenido que hacer grandes esfuerzos y aderezarlo con bastante
empuje y tenacidad, ha requerido de inversión en formación y preparación, todo
ello con la mirada de alcanzar el éxito, que no es más que esa “situación de
logro” al obtener los resultados propuestos, consiguiendo así una satisfacción
personal. Sin
embargo, hay una tentación moderna: la éxitofilia, en términos de mi amigo José de Jesús Campos,
no es otra cosa que el deseo desmedido por lo “exitoso”, volviéndose lo más importante
en nuestra existencia y sin lo cual nuestra vida carece de sentido, lo que
hacemos de dignidad y lo que alcanzamos de importancia.
La
cultura “éxitofilica” es esa que nos vive tentando a vivir en una carrera de
velocidad, de llegar primero, de ser el primero, de acelerar el paso para considerar
la vida en función de realidades tan efímeras o banales como el número de
seguidores en redes sociales, el ingreso económico o la cantidad de asistentes
a nuestras presentaciones. La
tentación de la éxitofilia se vence en la medida que nos sentimos plenos con
nuestros logros, cuando valoramos en su justa medida cada paso que damos y
podemos mantenernos auto motivados por todo lo que hacemos y el servicio que
día a día prestamos.
5. Renunciar: Es
verdad que el camino que recorremos en muchos tramos parece que no tiene final,
que esa emoción inicial que nos embriagaba ya no existe en la misma medida, que
las jornadas a veces son más largas de
lo que quisiéramos, que el punto de inicio es más visible que la meta, que
seguimos haciendo y muchos ya no están acompañándonos, que por momentos una
idea hace presencia en nuestro interior: renunciar. Negarlo es engañarnos.
Al inicio
te contaba que como oradores, la pregunta más importante que debemos responder es
por qué seguimos comunicando, y cuando a diario nos la respondemos encontramos las fuerzas necesarias
para seguir y vencer esta tentación. Te
confieso que en lo particular es la que más me merodea. Por etapas se disfraza
de expresiones como: “esto es una locura, nunca lo podré realizar”, “debería
ocuparme de cosas más importantes” o “tanto insistir y no avanzo, debería
dejarlo hasta aquí”, en otras se viste de cansancio, pero en lo personal
siempre está cerca. Para superarla he aprendido a auto motivarme, a resistir
los momentos de desolación, como lo llama san Ignacio de Loyola, dar lo mejor
en cada actividad y responderme el por qué sigo haciendo de la oratoria una
cultura.
Ya
sabes, las tentaciones tienen sus propios objetivos para nuestra vida y hay que
aprender a descubrirlo, eso nos permitirá seguir evolucionando positivamente en
nuestra labor.