miércoles, 8 de enero de 2020

5 tentaciones que todo orador debe vencer


Muchas personas nos preguntan cómo llegaste a la oratoria, qué te impulsó a aprender a hablar en público, pero para el orador, aquel que se sabe servidor desde la palabra, la pregunta más importante es la que nos hacemos a diario, por qué seguimos comunicando.

Esta segunda pregunta no resta mérito al cómo llegamos, pero responderla nos va a permitir vivir el día a día venciendo todas esas vicisitudes, pruebas, para algunos, o deseos, para una mayoría,  que nos pueden desviar de nuestras metas y objetivos.

De esas pruebas o deseos, que llamo tentaciones, es  lo que quiero conversar hoy, porque son acciones de gratitud inmediata, pero muy nocivas en nuestro futuro como profesionales de la comunicación, y debemos reconocerlas para poder avanzar en nuestro servicio.

1. La vanidad: Destacar. Brillar. Sobresalir. Llamar la atención.  Son realidades inherentes, en mayor o menor medida, de quienes nos dedicamos a comunicar. El problema llega cuando empezamos a buscarlo de forma desmedida, dañándonos y dañando a otros. En ese momento nos nublamos al actuar y la posibilidad de ser ignorado nos lleva a proceder para lograr que nos adulen, que nos reconozcan, en muchos casos por méritos que no existen. Es allí donde ya no intervenimos como servidores, sino que exigimos ser servidos. Ya no tenemos compañeros sino rivales. Ya no existe el público sino los fans.

En este punto, caemos en el error de considerar, como afirma Antoine de Saint-Exupéry, que “todos los demás hombres son admiradores”, por consiguiente, si queremos vencer esta tentación debemos aceptar que somos el medio de expresión de un público, que en nosotros se escucha y se comprende.

2. La soberbia: En el apartado anterior afirmé que destacar, brillar, sobresalir o llamar la atención son realidades inherentes de quienes comunicamos, pero no lo son menos el equivocarnos, el errar, el no lograr los objetivos de las presentaciones, el necesitar de otros para mejorar. Sucede que ante estas situaciones siempre está la tentación de considerarnos superiores, autosuficientes, más importante que los demás o al tener cierto nivel de reconocimiento público somos incapaces de aceptar nuestras fallas en las presentaciones, ya sea de forma o  de fondo, menospreciando así los aportes que otros nos  puedan dar, siendo el punto más elevado llegar a alegrarnos del fracaso de los demás con tal que nuestro brillo no se opaque.

Esta tentación, considerado uno de los pecados capitales, se vence ejercitándonos en el reconocer los méritos de los demás, en el decir no lo sé,  aceptar que nuestra grandeza radica en nuestra pequeñez y siendo humildes, que como lo expresa Martín Valverde “la humildad no es tener la cabeza baja sino mantenerla a su altura exacta”.

3. La envidia: Cuando nos desviamos del por qué comunicamos y dejamos que una o más tentaciones se vayan consolidando en nosotros, corremos el riesgo de empezar a ver a compañeros, colegas o amigos con envidia. Afirmó Aristóteles que “la envidia es el dolor que causa la prosperidad de los otros”, es por ello que dominados por la envidia nos llenamos de tristeza o rabia ya sea por los logros, popularidad o triunfos de los demás, pensando en muchas ocasiones que ellos no las merecen y nosotros sí.

Ahora bien, si dejamos que esta tentación venza en nuestro obrar, nos llevará a perder la capacidad de disfrutar y apreciar lo que logramos, además no llenará de amargura, haciendo que nuestras palabras se carguen de esa tristeza o rabia que internamente nos domina, volviendo cada vez más ásperas nuestras presentaciones, es por ello, que para vencerla debemos identificarla plenamente, a la par que nos autoeducamos para que nuestra percepción mental vaya cambiando y podamos alegrarnos por el triunfo ajeno.

4. La éxitofilia: Para aprender a comunicar hemos tenido que hacer grandes esfuerzos y aderezarlo con bastante empuje y tenacidad, ha requerido de inversión en formación y preparación, todo ello con la mirada de alcanzar el éxito, que no es más que esa “situación de logro” al obtener los resultados propuestos, consiguiendo así una satisfacción personal. Sin embargo, hay una tentación moderna: la éxitofilia, en términos de mi amigo José de Jesús Campos, no es otra cosa que el deseo desmedido por lo “exitoso”, volviéndose lo más importante en nuestra existencia y sin lo cual nuestra vida carece de sentido, lo que hacemos de dignidad y lo que alcanzamos de importancia.

La cultura “éxitofilica” es esa que nos vive tentando a vivir en una carrera de velocidad, de llegar primero, de ser el primero, de acelerar el paso para considerar la vida en función de realidades tan efímeras o banales como el número de seguidores en redes sociales, el ingreso económico o la cantidad de asistentes a nuestras presentaciones. La tentación de la éxitofilia se vence en la medida que nos sentimos plenos con nuestros logros, cuando valoramos en su justa medida cada paso que damos y podemos mantenernos auto motivados por todo lo que hacemos y el servicio que día a día prestamos.

5. Renunciar: Es verdad que el camino que recorremos en muchos tramos parece que no tiene final, que esa emoción inicial que nos embriagaba ya no existe en la misma medida, que las jornadas  a veces son más largas de lo que quisiéramos, que el punto de inicio es más visible que la meta, que seguimos haciendo y muchos ya no están acompañándonos, que por momentos una idea hace presencia en nuestro interior: renunciar. Negarlo es engañarnos.

Al inicio te contaba que como oradores, la pregunta más importante que debemos responder es por qué seguimos comunicando, y cuando a diario nos la  respondemos encontramos las fuerzas necesarias para seguir y vencer esta tentación. Te confieso que en lo particular es la que más me merodea. Por etapas se disfraza de expresiones como: “esto es una locura, nunca lo podré realizar”, “debería ocuparme de cosas más importantes” o “tanto insistir y no avanzo, debería dejarlo hasta aquí”, en otras se viste de cansancio, pero en lo personal siempre está cerca. Para superarla he aprendido a auto motivarme, a resistir los momentos de desolación, como lo llama san Ignacio de Loyola, dar lo mejor en cada actividad y responderme el por qué sigo haciendo de la oratoria una cultura.

Ya sabes, las tentaciones tienen sus propios objetivos para nuestra vida y hay que aprender a descubrirlo, eso nos permitirá seguir evolucionando positivamente en nuestra labor.