domingo, 29 de octubre de 2017

No creas esas mentiras. ¡La verdad es otra!

Vivimos una subcultura de mitos y engaños que a muchas artes y ciencias afectan negativamente. La oratoria no escapa de ellos.

Aunque en un artículo anterior abordo el tema, hoy quiero que ampliemos la revisión de algunas de esas mentiras que se repiten de manera constante, al punto que se les llega a considerar unas verdades absolutas, las cuales no pueden ni deben analizarse para conocer su veracidad.

Uno de los mitos más comunes afirma que “hablar en público es solo para extrovertidos”. Esta afirmación basa toda la responsabilidad en la personalidad del individuo y no permite la excepción del ser humano. Te cuento que hace poco organizamos una actividad de humor y fe con un sacerdote católico. La sorpresa fue mayúscula al terminar el encuentro.

Los asistentes rieron, cantaron, oraron y bailaron. Y te confieso, el padre es introvertido. Durante los momentos que estuvimos compartiendo casi no conversaba, era un hombre de pocas palabras, lo que por momentos nos metió miedo, al punto que llegamos a pensar que no lograría entretener y evangelizar a los asistentes. Este ejemplo se repite mucho. No es cosa de personalidad, yo siempre considero que es cuestión de aptitud.   

Otro mito muy común es la recomendación a utilizar piedras como el: Agata Azul, Jaspe Leopardo, Calcita o Amazonita para controlar la ansiedad al hablar en público. Respetando las creencias que puedas tener, te confieso que ese estado inhibitorio es una ayuda natural del organismo y se puede controlar con técnicas y métodos comprobados científicamente.

Un último mito que hoy quiero compartir tiene que ver con los nervios. En nuestras formaciones llegan todo tipo de personas y muchas de ellas piden ayuda para eliminar el miedo a hablar en público. Aunque en sus exposiciones y actividades hablan en público con fluidez, sentir algún tipo de nerviosismo les molesta para seguir en su crecimiento como artistas de la palabra.

Te quiero dejar en claro que el ideal es controlar la ansiedad, no eliminarla. Los nervios no tienen por qué dejar de existir y, en la mayoría de los casos, no lo hacen. Es justamente esto lo que debes entender; un buen orador no deja de sentir nervios. Simplemente, se acostumbra a ese estado que precede el evento.

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