Vivimos
una subcultura de mitos y engaños que a muchas artes y ciencias afectan negativamente.
La oratoria no escapa de ellos.
Aunque
en un artículo anterior abordo el tema, hoy quiero que ampliemos la revisión de
algunas de esas mentiras que se repiten de manera constante, al punto que se
les llega a considerar unas verdades absolutas, las cuales no pueden ni deben
analizarse para conocer su veracidad.
Uno de
los mitos más comunes afirma que “hablar
en público es solo para extrovertidos”. Esta afirmación basa toda la
responsabilidad en la personalidad del individuo y no permite la excepción del
ser humano. Te cuento que hace poco organizamos una actividad de humor y fe con un sacerdote católico. La
sorpresa fue mayúscula al terminar el encuentro.
Los
asistentes rieron, cantaron, oraron y bailaron. Y te confieso, el padre es
introvertido. Durante los momentos que estuvimos compartiendo casi no
conversaba, era un hombre de pocas palabras, lo que por momentos nos metió
miedo, al punto que llegamos a pensar que no lograría entretener y evangelizar
a los asistentes. Este ejemplo se repite mucho. No es cosa de personalidad, yo siempre considero que es cuestión de
aptitud.
Otro
mito muy común es la recomendación a utilizar piedras como el: Agata Azul, Jaspe
Leopardo, Calcita o Amazonita para controlar la ansiedad al hablar en público.
Respetando las creencias que puedas tener, te confieso que ese estado
inhibitorio es una ayuda natural del organismo y se puede controlar con
técnicas y métodos comprobados científicamente.
Un
último mito que hoy quiero compartir tiene que ver con los nervios. En nuestras
formaciones llegan todo tipo de personas y muchas de ellas piden ayuda para
eliminar el miedo a hablar en público. Aunque en sus exposiciones y actividades
hablan en público con fluidez, sentir algún tipo de nerviosismo les molesta
para seguir en su crecimiento como artistas de la palabra.
Te
quiero dejar en claro que el ideal es controlar la ansiedad, no eliminarla. Los nervios no
tienen por qué dejar de existir y, en la mayoría de los casos, no lo hacen. Es
justamente esto lo que debes entender; un buen orador no deja de sentir nervios. Simplemente, se acostumbra a
ese estado que precede el evento.
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