Cuando se va a dar una conferencia
se necesita poseer una serie de habilidades que
marcaran la diferencia entre una buena o mala comunicación, pues el objetivo de
todo orador es que su mensaje sea recibido y entendido por su audiencia.
Ahora bien,
cuando estamos iniciando en este camino de la Oratoria, aprender y dominar esa
serie de habilidades: gestión de la angustia delante de una intervención
en público, el dominio del escenario, la comunicación verbal, la improvisación,
el para-lenguaje: entonación, volumen, vocalización, silencios, el uso de la
voz y la preparación del discurso, entre otras, son
vitales para la construcción del buen orador que aspiramos ser.
Sin embargo,
hoy deseo destacar dos habilidades:
Improvisación y preparación.
Dijo William Shakespeare “las
improvisaciones son mejores cuando se las prepara”, ciertamente la frase
era dirigida al teatro, pero ¿no tiene un buen Orador algo de actor?.
En el mundo de la Oratoria, los historiadores relatan que en una ocasión preguntaron
a Winston Churchill, famoso por su oratoria y discursos geniales, cómo hacía
para improvisar de una manera tan magistral y su respuesta fue: “es porque dedico mucho
tiempo a preparar mis improvisaciones”.
Si consultamos la definición de
improvisación encontramos que es la realización de una cosa
que no estaba prevista o preparada, en la Oratoria
tiene una denotación diferente y le damos una connotación hasta especial,
porque improvisar
un discurso significa hablar libremente y
con soltura. Lo contrario a lo que mucha gente cree la improvisación no existe
para el buen orador.
Porque un buen orador, como lo
afirma Winston Churchill, no “habla por
hablar”, habla porque ha dedicado horas de preparación, leyendo consultando,
interpretando, almacenando información. No habla para salir del paso o para
cumplir.
Cuando un Orador improvisa es porque
gracias a la preparación, su improvisación ha pasado por un proceso de digestión, de maduración, antes de ser presentada con
lo cual su intervención es amena, flexible y gustosa al público, logrando que
ellos valoren el tiempo invertido.
Es en la preparación donde se construye
el buen orador. Es en el tiempo que dedicamos a leer, consultar y practicar lo
que nos hará mejores, pudiendo a su vez retribuirle al público, con calidad y
calidez, el tiempo que dediquen a escucharnos.
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