El gran filósofo y
ensayista español, Ortega y Gasset, afirmó que “hacerse cargo de las
circunstancias es requisito de la destreza oratoria”, siendo esa afirmación un
reto para quienes estamos dando los primeros pasos en el arte de la palabra
hablada, porque las circunstancias de las cuales nos debemos hacer cargos son
variadas y complejas en sí mismas: Público, momento, lugar, escenario, sonido,
luminosidad, tiempo, entre otras.
En este artículo quiero
que nos enfoquemos en ese último elemento al cual se hace referencia: El
tiempo.
En la Grecia Clásica, cuna
del arte de hablar con elocuencia se nos refieren tres dioses: Kronos,
Aión y Kairós, los cuales acompañan y son aliados de todo orador durante su
presentación.
Tenemos a Aión, el
dios que ayuda a romper con el presente, con el ahora, un dios de estar. Es el
acompañante del orador para que no contemple, puro y solo, los objetivos ni los
planes, sino que invita a la acción, lograr que eso que hace tenga sentido por
si mismo. Es el dios que cuestiona y nos lleva a responder ¿por qué vas a
hablar?, ¿para qué transmitirás algo de positivo y bueno a los presentes?
Cuando actuamos bajo los
auspicios de Aión, estamos satisfechos con el camino que recorremos porque el
objetivo es recorrerlo y cada paso tiene sentido. Es el dios que nos habla a
través de nuestra vocación, de la voz interior que nos dice lo que tiene
sentido y lo que no.
Al segundo dios, con el
cual se relacionan los oradores, lo denominan: Kronos. Símbolo de
la duración, es el espacio de tiempo que hay entre la vida y la muerte.
Custodia a todo orador desde el inicio hasta el final de su intervención,
vigila el movimiento, el crear arte hablado, es quien lleva, como dice
Aristóteles “a las acciones imperfectas, acciones que se caracterizan por ser
inservibles cuando se llega a la meta requerida”.
Kronos es el tiempo del
reloj. Tiempo que pasará. Su naturaleza es cuantitativa. Es esa duración que no
podemos modificar, que nos esclaviza, porque transcurre inevitablemente.
Quisiéramos que un momento de la intervención no llegara, por ejemplo, el final
de nuestra presentación, pero Kronos nos recuerda que es imposible, ese momento
también llegará. Es el dios que nos interroga, ¿Cuándo y dónde vas a hablar?,
¿cuándo vas a terminar?
Cuando actuamos bajo los auspicios de Kronos, las acciones
pasadas se vuelven obsoletas al alcanzar el objetivo. Entonces Kronos nos
exige que pongamos nuevos objetivos, indiferente a si estamos satisfechos con
lo alcanzado o no.
El último dios al que deseo referirme es Kairos. Símbolo
de la inspiración. Su naturaleza es cualitativa. Es el momento indeterminado
donde las cosas especiales suceden. Es el dios que nutre y renueva al
orador, para que cada presentación sea única e irrepetible, para que logre ese
punto de inflexión, de ruptura, de conversión, de persuasión, para que el
instante se transforme en un siempre. Kairos también colabora para que el
orador libere a su audiencia, del cansancio, de la fatiga, de la mentira.
Kairos no interroga, ni cuestiona al orador. Al contrario, es
tiempo de elixir, que independiza al orador de lo que “tiene que hacer” y
lo ayuda a convertirlo en un “quiero hacer”.
En definitiva, un artista de la palabra hablada será entonces, aquel que, alimentándose siempre de Aión, guie al público del Kronos individual al descubrimiento del Kairos.
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