martes, 27 de diciembre de 2016

El Orador y los 3 dioses del tiempo.

El gran filósofo y ensayista español, Ortega y Gasset, afirmó que “hacerse cargo de las circunstancias es requisito de la destreza oratoria”, siendo esa afirmación un reto para quienes estamos dando los primeros pasos en el arte de la palabra hablada, porque las circunstancias de las cuales nos debemos hacer cargos son variadas y complejas en sí mismas: Público, momento, lugar, escenario, sonido, luminosidad, tiempo, entre otras.

En este artículo quiero que nos enfoquemos en ese último elemento al cual se hace referencia: El tiempo.

En la Grecia Clásica, cuna del arte de hablar con elocuencia se nos refieren tres dioses: Kronos, Aión y Kairós, los cuales acompañan y son aliados de todo orador durante su presentación.

Tenemos a Aión, el dios que ayuda a romper con el presente, con el ahora, un dios de estar. Es el acompañante del orador para que no contemple, puro y solo, los objetivos ni los planes, sino que invita a la acción, lograr que eso que hace tenga sentido por si mismo. Es el dios que cuestiona y nos lleva a responder ¿por qué vas a hablar?, ¿para qué transmitirás algo de positivo y bueno a los presentes?

Cuando actuamos bajo los auspicios de Aión, estamos satisfechos con el camino que recorremos porque el objetivo es recorrerlo y cada paso tiene sentido. Es el dios que nos habla a través de nuestra vocación, de la voz interior que nos dice lo que tiene sentido y lo que no.

Al segundo dios, con el cual se relacionan los oradores, lo denominan: Kronos. Símbolo de la duración, es el espacio de tiempo que hay entre la vida y la muerte. Custodia a todo orador desde el inicio hasta el final de su intervención, vigila el movimiento, el crear arte hablado, es quien lleva, como dice Aristóteles “a las acciones imperfectas, acciones que se caracterizan por ser inservibles cuando se llega a la meta requerida”.

Kronos es el tiempo del reloj. Tiempo que pasará. Su naturaleza es cuantitativa. Es esa duración que no podemos modificar, que nos esclaviza, porque transcurre inevitablemente. Quisiéramos que un momento de la intervención no llegara, por ejemplo, el final de nuestra presentación, pero Kronos nos recuerda que es imposible, ese momento también llegará. Es el dios que nos interroga, ¿Cuándo y dónde vas a hablar?, ¿cuándo vas a terminar?

Cuando actuamos bajo los auspicios de Kronos, las acciones pasadas se vuelven obsoletas al alcanzar el objetivo. Entonces Kronos nos exige que pongamos nuevos objetivos, indiferente a si estamos satisfechos con lo alcanzado o no. 

El último dios al que deseo referirme es Kairos. Símbolo de la inspiración. Su naturaleza es cualitativa. Es el momento indeterminado donde las cosas especiales suceden. Es el dios que nutre y renueva al orador, para que cada presentación sea única e irrepetible, para que logre ese punto de inflexión, de ruptura, de conversión, de persuasión, para que el instante se transforme en un siempre. Kairos también colabora para que el orador libere a su audiencia, del cansancio, de la fatiga, de la mentira.

Kairos no interroga, ni cuestiona al orador. Al contrario, es tiempo de elixir, que independiza al orador de lo que “tiene que hacer” y lo ayuda a convertirlo en un “quiero hacer”.

En definitiva, un artista de la palabra hablada será entonces, aquel que, alimentándose siempre de Aión, guie al público del Kronos individual al descubrimiento del Kairos.

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