Hace poco al terminar mi participación en un ciclo
de conferencias, una persona que asistió a la actividad se me acercó
y me dijo: Francisco, ¿cómo haces para dar una conferencia?
Te confieso que la primera intención fue muy
racional, pero la verdad es que la pregunta me tomó por sorpresa y a mi mente
llegaron enseñanzas, lecturas, frases, hasta cité un artículo de Amancio Ojeda para explicarme. Ya han
pasado varios días reflexionando y comparto contigo lo que considero es mi
respuesta ante esa pregunta.
Aristóteles afirmó que en el arte de hablar en
público debemos considerar una triada: el orador, el auditorio y el discurso.
Estos elementos son los que debemos evaluar cada uno de nosotros para dar una
conferencia.
Al analizar lo que refiere Aristóteles debemos de
preguntarnos, con el deseo de mejorar en cada una de nuestras presentaciones,
¿tenemos algo de valor que aportar?, ¿esas palabras que deseamos compartir son
movidas por un espíritu de servicio o de protagonismo?, ¿nos hemos apasionado
por el tema lo suficiente?, ¿estoy aportando ideas propias o copiando las de
alguien?, ¿qué edad tendrán los asistentes?, ¿cuánto tiempo de práctica he
tenido?, ¿cómo he trabajado mi expresión corporal?, ¿La dicción, mirada y
desplazamiento, son naturales? y aquí considero que aplica lo que llamo la ley
del cliente: si yo fuera parte del auditorio las palabras que estoy escuchando
¿me gustan, me impactan emocionalmente, atraen mi atención?
Dar una conferencia de calidad es lograr un
equilibrio entre el fondo y la forma, porque es cierto que muchos no nos
preguntamos todas estas cosas, pero la verdad es que solo llegaremos a ser
artistas en la medida que enfoquemos nuestro hacer y nuestro ser para entregar
la calidad necesaria.
Dice el maestro Amancio Ojeda que
ser conferenciante es sin duda una carrera apetecida, y muchos son
atraídos por la vanidad del reconocimiento público y los aplausos; pero quienes
hacen de esto una profesión de altura, muestran un interés constante por su
desarrollo personal y profesional, tienen altas dosis de humildad, y descubren
prontamente que “lo que alimenta al becerro no es la vaca, sino su leche” por
ello, cada día trabajan porque la calidad de su mensaje sea el protagonista de
su trabajo.
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